Pocos tienen la fibra moral para resistir la tentación, especialmente del apetito, y para practicar
la negación de sí mismos. A algunos les resulta
una tentación demasiado
fuerte para ser resistida el ver a otros
tomar la tercera comida; e imaginan
que están con hambre,
cuando la sensación no es un llamado
del estómago de que se le dé más alimento, sino un deseo de la mente que no
ha sido fortificada con los principios
firmes, y disciplinada para negarse a sí mima. Los muros del dominio propio y de la restricción de sí mismo no
deben en ningún caso ser debilitados y desmoronados. Pablo, el apóstol de los gentiles,
dice: "Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo
en servidumbre, no sea que habiendo
sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Cor.
9:27).
Los que no
vencen en las cosas pequeñas,
no tendrán poder moral para soportar las grandes tentaciones.
Fijaos con cuidado
en vuestra alimentación. Estudiad las causas y
sus efectos. Cultivad el dominio propio. Someted vuestros apetitos
a la razón. No maltratéis vuestro
estómago recargándolo de alimento; pero no
os privéis tampoco de la comida sana y sabrosa que necesitáis para conservar
la salud.
En nuestro trato con los incrédulos, no permitamos que nos desvíen de los principios correctos. Al
sentarnos a sus mesas, comamos con templanza, y únicamente alimentos que no confundan nuestra mente. Evitemos la intemperancia.
Muchos están debilitando sus órganos digestivos al complacer un apetito pervertido. El poder que tiene la constitución humana de resistir
los abusos que se cometen con ella es admirable;
pero los hábitos erróneos persistentes que consisten en comer
y beber en exceso debilitarán toda función del cuerpo.
Que estas personas débiles consideren
lo que podrían haber sido si hubieran vivido en forma temperante, y promovido la salud en
lugar del abuso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario